martes, 13 de mayo de 2008

La separación es el precio de la no sumisión

Publicado en La Opinión de Tenerife.


Las mismas mujeres saharauis que han hecho del desierto un estado y un hogar son las que en el exilio nutren las raíces de su cultura en favor de la independencia.

BELEN MOLINA. Las mujeres saharauis han hecho brotar la vida en uno de los desiertos menos hospitalarios que existen. Porque no todos los desiertos son iguales, como recuerda Hantata Mansur, la esposa de Hamdi Mansur, delegado del Frente Polisario en Tenerife. Hay desiertos con oasis, los hay con ríos subterráneos de los que brota el agua con un poco de esfuerzo. Hay, en fin, desiertos más generosos que otros y otros abrumadores, como el pedazo de arena y piedras que marca la frontera entre Argelia y Marruecos y Argelia y Mauritania. Las mismas mujeres saharauis que han logrado que el desierto se parezca en algo a un hogar son las mismas transmisoras en el exilio de unos valores, una cultura y un solo objetivo: la independencia del Sáhara, postergada durante 32 años. Si la inmigración tiene voces femeninas, esa son las de Hantata Mansur y Fatma y Mamía Salek. Fatma y Mamía, hermanas, dieciséis años de cárcel en cárcel en Marruecos acusadas de que sus hermanos eran activistas del Frente Polisario, han logrado tener refugio en una humilde casa de Taco. La comunidad saharaui no sólo las respeta, sino que las reverencia. No ocurre lo mismo con los naturales de Canarias. Fatma, que desde 2006 trabaja en una empresa de limpieza, no puede vestir la melfa en el trabajo. "Llevo un velo hasta la puerta de entrada. Cuando piso el umbral, me lo quito. Mis jefes no lo toleran". Los compañeros de trabajo, sin embargo, han aprendido a no extrañarse cuando Fatma se mete en un cuartito en el que se guardan detergentes, escobas y fregonas y se orienta en dirección a la Meca. "Al principio les chocaban mis rezos. Ya no".Para los saharauis estas dos mujeres son heroínas de la causa. Para sus vecinos son sencillamente inmigrantes que no molestan. Mamía, cuatro años más joven que Fatma, se casó el 10 de mayo de 2002, ya en el exilio. Su hija es la continuidad sanguínea de una familia marcada por las torturas y la separación. "Yo no quiero que mi hija sufra, pero sí que sepa", matiza Mamía. "Ahora es muy pequeña, pero sé que cuando tenga un Sáhara libre se irá a vivir allí lo antes que pueda. Hasta entonces, yo, y el resto de mi familia, procuramos que sepa que está aquí por circunstancias, que pertenece a una sociedad y a una forma de vida que son distintas a la forma de vida en la que está creciendo. Cuando sea mayor sabrá que es diferente. Ojalá no estemos aquí cuando cumpla 18 años", añade. Y Hantata matiza. "Sabrá que es diferente pero tendrá lo bueno de esta sociedad. Eso es la armonía de culturas". Hantata no pudo reunir a sus tres hijas hasta 2002. Tuvo que dejarlas al cuidado de su madre y sus hermanas cuando escapó del territorio saharaui ocupado por Mauritania. "Mis hijas viven esta separación con dificultad. No han estado juntas nunca, hasta 2002. La mayor estudia en Cuba y ese el objetivo, que estudien, que no pierdan las raíces. Intentamos enviarnos vídeos, llamarnos a menudo, ¡pero es tan poca cosa! He pasado meses sin tener noticia suya, y eso duele, porque tener una hija es tener una hija, pero al final te repones y superas la pena, porque sabes que es por su bien". La separación de los hijos, dice Hantata, es "el precio por darles su libertad. El precio por no permitir que sean sometidos".

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